"La verdad y otras mentiras"

Carta de un médico a otro

Acerca de una profesión en crisis.

"Un canibal desdentado enseñando a masticar"
                                                                 J.C.S.

Paco: 
     
     Hoy una vez más el calendario señala una fecha para celebrar a una profesión. Está muy bien pero: ¿A qué médico se refiere el aniversario? ¿A la imagen estereotipada que ya tiene más de dos mil años de edad? ¿Al arquetipo ilusorio que la imaginación colectiva celebra mientras la implacable realidad asesina? ¿Cómo es un médico hoy?

En IntraMed nos hemos propuesto averiguarlo. Con ese propósito, desde hace tres años, venimos realizando un programa de investigaciones con metodología muy rigurosa para describir un estado de cosas en el que los propios actores tracen el perfil que los define. Un autorretrato dibujado a mano alzada por aquellos que gozan y padecen la condición de vivir como médicos. Investigar sobre la realidad aporta el imprescindible  fundamento empírico a la opinión.

¿Cuáles son los resultados de esas investigaciones?

  • El 57.35% de los médicos encuestados ha sido agredido verbal o físicamente alguna vez.

  • Quienes practican especialidades quirúrgicas, de emergencias, psiquiatría o pediatría resultaron los más agredidos.

  • Los más jóvenes son más agredidos que los mayores de 40 años de edad.

  • Entre el 36 y el 40% de los médicos refiere sentirse “quemado” o con Síndrome de Burnout.

  • El 27% de los médicos encuestados consume psicofármacos.

  • El 78% de los médicos encuestados admite que las condiciones laborales han deteriorado en alguna medida su situación familiar.

  • El 84% considera que las condiciones laborales han deteriorado su situación personal.

  • El 57% de los médicos refiere dormir 6 hs o menos al día.

  • El 72% refiere trabajar más de 50 hs semanales.

  • El 60% se ha planteado alguna vez cambiar de profesión.

  • El 62% de los encuestados considera que la profesión no cumple con sus expectativas.

Pero...

  • El 70% considera que volvería a elegir la profesión de médico.

Cada uno de estos datos fue obtenido mediante investigaciones que han involucrado a decenas de miles de colegas. Todo hace concluir que, para los médicos, el cuidado de la salud de otros paga un precio en la propia.

Paco, somos médicos, ya no podríamos evitarlo. Somos -hasta la médula- una forma de mirar, un modo de pensar, un maldito modo de actuar según lo que se espera de nosotros. Pero no somos idiotas, ni ciegos, ni insensibles. Tal vez por eso también somos “raros”, excéntricos, anómalos. Sé que estarás allí para escucharme, incluso cuando no compartas lo que digo. Sé que no me responderás con estereotipos ni con trivialidades. Tengo preguntas. Tengo perplejidades, contradicciones e incertidumbres. Padezco la ira de quien percibe lo que no quisiera ver y la impotencia del que no puede cambiarlo. Pero hoy me asalta la sospecha de que no he hecho todo lo posible. La certeza de haber comprendido la necesidad de renunciar a los absolutos pero también la irresistible tentación de regresar a ellos.

¿Qué se espera de nosotros?

¿Que curemos, que conjuremos a la muerte, que consolemos?

¿Qué sucedáneos empleamos para aliviarnos de la horrible sensación de que trabajamos sólo por dinero?

¿Por qué todos se sienten habilitados para demandar a una profesión criterios y valores que  ya ninguno de ellos emplea en las suyas?

¿No se nos estará exigiendo que ocupemos un lugar imposible de sostener?

Es probable que el tiempo nos haya arrebatado gran parte de lo que ser médico fue en otro momento. Pero siento de deberíamos morder con toda la fuerza los jirones de dignidad y recompensa que aún nos quedan para que nadie pueda llevárselos. La Medicina puede ejercerse –mal- en las condiciones menos favorables, pero es una profesión imposible si se queda sin motivos. El dinero, la fama o la arrogancia sólo consuelan a los imbéciles. Que alguien necesite algo que yo tengo y que quiero darle, ése, ese minúsculo argumento justifica la elección de toda una vida.

Esta mañana he visto gente en las iglesias. Me detuve a mirarlos durante un largo rato. Creen, o al menos creen que creen. No es mi caso. Eso en lo que ellos creen, el modo “literal” y nada “metafórico” en que lo hacen, me resulta completamente indiferente. Tal vez porque desde hace algún tiempo me interrogo casi a diario acerca de mis propias creencias es que hoy me detuve a mirarlos como a un espejo deformante donde me observaba a mí mismo. ¿En qué creo a esta altura de mi vida? ¿Tiene algún valor aquello en lo que supongo creer a la hora de orientar mis acciones?

Te confieso que los últimos años me lo he pasado poniendo en duda mis verdades adolescentes, refutándolas sin piedad pero, a la vez, sintiendo que las traiciono todo el tiempo. ¿Puede traicionarse aquello en lo que ya no crees? Como el alcohol que, luego de metabolizado, aún produce sus efectos de “resaca”, esos fantasmas que supuse haber asesinado aún rondan mis emociones, y me intoxican. 

Cada vez veo con mayor claridad el modo tan complejo y contradictorio con que las personas nos comunicamos. Me doy cuenta que hacemos una selección de todo cuanto percibimos. Que esa selección está guiada por nuestras propias ideas y por nuestros más íntimos deseos de encontrar una concordancia entre el mundo y la imagen que de él nos hemos hecho. Si eso no ocurre, cuando ya es imposible apropiarnos de lo real adaptándolo a cualquier precio al mundo ilusorio que nos hemos construido, entonces, elegimos alguna estrategia que preserve nuestra identidad. En general optamos por la menos racional, la más absurda, la menos sensata. Rechazamos lo que nos dicen, rechazamos a quien lo dice. Nos hacemos ciegos. Nos resulta más fácil pedir que el mundo se transforme que modificar las ideas que tenemos sobre él. ¿O tal vez el mundo no sea otra cosa que esas pobres ideas?

Te preguntarás de qué hablo. También yo lo hago. No escribo para explicar sino para encontrar explicaciones. Es tan brutal leer tus propios textos, es tan aterrador lo que encontrás en ellos. Me veo allí como a un idiota paseándose en calzoncillos por los senderos de su mente. Algo que hasta no hace mucho era apenas una vaga inquietud en la boca de mi estómago ahora comienza a hacerse palabras.

Ayer asistí a la escena de mi propia actuación. Pude, sorprendentemente, actuarla y observarla al mismo tiempo. Jacinto es un paciente al que asisto desde hace largo tiempo. Tiene 58 años y una severa enfermedad coronaria. Come más de lo que debería, fuma a escondidas un par de cigarrillos al día, toma ocho medicamentos. Fue operado hace dos años. Entonces sintió el terror de la muerte por primera vez en su vida. Me contó que lo que más lo conmovió fue tomar conciencia de que la muerte era un hecho real. Siempre había sospechado que se trataba de un engaño, una ilusión colectiva alimentada por todos pero que no podía ser verdad. Creyó secretamente en eso desde la infancia. Ahora, cada noche, cierra los ojos y piensa en ella, y tiembla, y suda. Luego piensa en Mariana, un amor antiguo y clandestino con quien se ve un par de veces al mes, y también tiembla, y suda. Más tarde se duerme apretando la mano de su mujer que lo cuidó con devoción durante días y noches en la vigilia del hospital.

Yo lo recrimino por su inconducta, por la ligereza de su voluntad. Él me mira en silencio mientras le hablo del tabaco, de las grasas y el sobrepeso. Luego se va hasta el mes siguiente en que la escena se repite. Pero esta vez fue distinto.

- ¿Sabés una cosa? A veces cuando me voy de tu consultorio siento lo mismo que cuando vuelvo a casa después de ver a Mariana.

- Eso sí que es curioso

- Yo no siento que  traicione a mi mujer ni que la quiera menos por lo que hago. Pero sé que si ella lo supiera sí lo sentiría de ese modo y yo no podría soportarlo .Me hace daño lo que ella sentiría y no lo que yo hago.

- En este caso yo sí me entero de lo que hacés…

- Es verdad.. Y te sentís traicionado y eso me hace sentir mal. No porque lo que hago yo mismo lo considere una traición, sino porque no quiero hacerte sentir mal a vos.

- Parece que soy el primer médico “cornudo” de la historia.

- Ya me explicaste muchas veces tu punto de vista. Lo comprendo, te lo agradezco mucho pero…¿nunca se te ocurrió que, una vez que ya me ofreciste esa información sobre mis riesgos, yo mismo podría tomar una decisión?

No puedo evitarlo. Siempre tengo delante de mis ojos el horizonte de la muerte. Mis cálculos la rodean, la acechan como un predador que sabe que, finalmente, se convertirá en presa. ¿Debería privilegiar el horizonte de la vida? ¿Debería elegir y, por lo tanto, admitir, las elecciones de los otros? No lo sé. Nadie me dio las herramientas necesarias para tomar estas decisiones que me superan. Cuando la situación me enfrenta a encrucijadas como éstas tomo el atajo del saber técnico. Me digo a mí mismo. – No te preocupes, no es ese tu trabajo. Lo tuyo es definir los riesgos y ofrecer alternativas para atenuarlos. Del resto que se ocupen los que conocen las respuestas a preguntas que vos no deberías formularte.

Ayer una señora me abrazó y me dijo que necesitaba morirse para que su hija al fin pueda vivir. Luego entró la hija y me dijo que necesitaba que su madre viva para no morir de soledad y desesperación. Me aseguró que ya no podría encontrar más motivos para seguir viviendo. Nadie me preparó para saber qué decir en estos casos. Mientras las personas sufren nosotros repartimos pastillitas de colores. Ellos abren la boca mansamente y tragan esperanzas falsas y remedios ilusorios. Algo no funciona bien. Y sospecho que soy un cómplice de ello. Las mejores historias quedan fuera de los legajos médicos. Las huellas del padecimiento no ingresan en esos documentos tan austeros y despojados. Cada día me cuentan cosas increíbles y siempre pienso en lo que los buenos narradores podrían hacer con ese material.

Mañana daré una conferencia sobre moléculas y genes que no explican nada a un grupo de conversos que suponen que lo explican todo. Creo que me iré a dormir antes de que termine por sospechar de la utilidad de todo lo que hago. Soñaré con las caderas de Shakira y con los ojos de Penélope Cruz, o al revés. Ya se sabe, nada repara más que soñar con los testículos.

Daniel Flichtentrei