"La verdad y otras mentiras"

Parte médico

Un ángel exhausto, nocturno y luminoso.

Autor/a: Daniel Flichtentrei

A las 6.45 entré al a Unidad de Terapia Intensiva. Clara, la enfermera, me miró asombrada: -¿No es un poco temprano doctor? Me ofreció un mate. –Puede ser, pero no tenía nada mejor que hacer-. El agua cayendo desde la pava formaba una espuma verde sobre la yerba. Largaba un humito blanco que se retorcía en el aire. -¿Quién está de guardia? Quiero que me de el parte médico de mi paciente-. El teléfono sonaba pero ella no lo atendía. –Está Gabriela, se debe haber dormido recién. Tuvimos una noche terrible. Debe esta en la habitación de médicos.-.

Entré al cuarto en penumbras. El ventilador de techo producía un zumbido de moscardón. Había un Harrison viejo, de tapas duras con manchas de varios colores. Estaba abierto en el capítulo VII en la sección Intraabdominal Infections and Abscesses, había largos párrafos subrayados con resaltador amarillo.

Sobre la cama advertí una silueta difusa, enroscada sobre sí misma. Me acerqué. Tenía el cabello desparramado sobre los ojos cerrados. Los pies colgando en el aire, fuera de la cama, con una de las las sandalias todavía puestas. El otro pie estaba desnudo con cinco dedos como peces minúsculos nadando en el aire. Vestía un ambo blanco arrugado con gotitas de sangre seca sobre el frente. Por el cuello en “V” le asomaba el nacimiento de los pechos. Se movían con la respiración. Subían y bajaban con la serenidad de un barco sobre un mar en calma. Desde el bolsillo lateral sobresalía una ficha con las constantes de calibración del equipo de volumen minuto. Las manos apretadas. Las uñas con el esmalte saltado en casi todos los dedos. Una pulsera dorada muy finita daba dos vueltas a su muñeca. En el lóbulo de la única oreja que podía ver tenía una piedra dimunuta y transparente. La luz roja del celular titilaba sobre la almohada. La colcha tenía agujeros irregulares y los bordes deshilachados.  Un vaso térmico con el logo de Zienam 500 mg IV con restos de café volcado sobre el piso.

Entre los dedos, largos y finos, sostenía una hoja canson número cinco. La retiré con cuidado. Era un dibujo infantil de un hombrecito, una casa, un árbol y un sol con rayos gigantescos, abajo decía: "para mamá, de Mechi". Volví a insertarlo entre sus dedos como un ladrón arrepentido. Me acerqué. Acomodé una silla a la altura de su cabeza. Tenía la boca semiabierta. El aire la atravesaba con un soplido lento y profundo. Me quedé un rato mirándola en silencio. Era un ángel exhausto, nocturno y luminoso. Tomé su cabello y lo recogí por encima de la cabeza. Apareció su cuello desnudo y largo sembrado de pelitos rubios y delgados. Tenía dos alas pequeñas tatuadas sobre el omoplato derecho. Acerqué mi nariz justo debajo de la nuca. Aspiré dos veces para llenarme de su olor. Salí en puntas de pie. Cerré la puerta.

Clara me esperaba con otro mate. -¿Hablaste con ella?  Tomé dos sorbos cortos. Me quemé la lengua. –Sí, ya averigué todo lo que necesitaba saber. Ahora acompañame a ver a mi paciente. Gracias por los mates.

Daniel Flichtentrei