Ciclo de entrevistas “Invisibles”

Dra. Mónica Volante: "En Arroyo Corto sentí la vocación de ser médico porque en verdad hacés de todo"

Fue la única médica en los pueblos de Arroyo Corto y Hale, provincia de Buenos Aires. También fue directora de hospitales. Recuerda sus años en el campo con cariño y opina que se deben mejorar las condiciones de quienes trabajan las 24 horas, los 7 días a la semana.

Autor/a: Celina Abud

Invisibles: No siempre el valor y la fama coinciden; ni los médicos más dedicados son los más visibles. Valoran el agradecimiento de quienes los necesitan más que algunos minutos en televisión. Forman parte de sus comunidades y están comprometidos con ellas. No tienen nada para vender; más bien comparten lo que tienen, lo que saben. Atienden en localidades remotas a familias humildes, no quieren dejar huérfana a ninguna enfermedad. Curan cuando se puede y cuidan siempre. Son aquellos que con los pies en el barro le dan sentido a una profesión milenaria. IntraMed quiere homenajearlos con este ciclo de entrevistas que se propone darles visibilidad a los “Invisibles”.


La doctora Mónica Volante celebra con una sonrisa sus 63 años y sus 40 como médica. Su vocación estuvo presente desde siempre por más que no tuviera familiares que siguieran medicina. Se recibió a sus 22 años en diciembre de 1982, embarazada de siete meses. “Me gradué de joven porque siempre quise estudiar esta carrera. Mis primeros recuerdos son cuando tenía seis años, momento en que mi hermana traía sus muñecas para que las revisara”, recuerda.

Como su hijo nació en febrero de 1983, no tuvo oportunidad de hacer su residencia de primer año. Se fue a vivir a Paraguay, país de donde eran oriundos los padres de su primer marido. Tras divorciarse dos años después, buscó trabajo. Arrancó en ambulancias y urgencias, pero ella en el fondo sabía que siempre había querido trabajar en el campo.

“No tuve la oportunidad de seguir ninguna especialidad, pero hice de todo. Sí he ido con el tiempo a muchos congresos de Medicina Familiar, porque es lo que terminé haciendo en la práctica”, indicó Volante, quien quiso trabajar en el campo por plena vocación de servicio. Además, se animó a allanar el camino para las mujeres en la medicina rural, en tiempos en que se solía contratar a hombres para estos puestos.

Hoy, la doctora Volante, que prefiere ser llamada “Moni”, se reconoce en transición: en la actualidad reside en México y dicta talleres de sexología para el sexo femenino. En una entrevista con IntraMed, la médica compartió su historia de vida y rememoró sus años como médica rural con cariño. Aquí sus palabras.

"En Arroyo Corto sentí la vocación de ser médico porque en verdad hacés de todo"

Su arribo a Arroyo Corto. Un día en el que estaba tomando un café y buscaba trabajo en los clasificados del diario, encontré un aviso en el que pedían un médico para un pueblo de la provincia de Buenos Aires (no decían cual) y escribí una carta, porque en esa época no había las posibilidades de ahora para comunicarse virtualmente. Dejé mi teléfono y me llamaron, aunque admitieron que les había costado un poco porque nunca habían tenido médicas mujeres. Al parecer les interesó lo que había dicho y me querían conocer. Así que armé mi bolsito y fui para allá ese fin de semana. El pueblo, que se llamaba Arroyo Corto y tenía 800 habitantes, estaba a 20 kilómetros de Pihué. Tenía muchísimas ganas de trabajar en el campo y eso se notó en la entrevista. Me llamaron a los pocos días. Cuando me dijeron que sí, yo salí desesperada a comprar un libro de obstetricia, porque en los pueblos se hacía de todo. Y si bien yo había cursado esa materia en mi carrera, nunca había atendido un parto sola. Allí nos quedamos cinco años con mi hijo y mi abuela. Comprobé lo que pensaba: en Arroyo Corto sentí la vocación de ser médico porque en verdad hacés de todo. Partos hice un montón, como 58 y todos exitosos. Después se implementaron controles prenatales, cursos de preparto y controles de niño sano, cosas que no se hacían antes, porque siempre en el cargo habían estado médicos varones y se centraban en otro tipo de cuestiones.

Hale, llegada y transformación. En Arroyo Corto me volví a casar. Mi segundo marido era boxeador y su entrenador vivía en Bolívar, bastante lejos. Yo estaba embarazada y empezaba a ver la posibilidad de que nos trasladáramos. Justo salió la posibilidad de otro pueblo chico que se llama Hale, a 50 kilómetros de Bolívar, que también necesitaban un médico. Fuimos a conocerlo y nos encantó. Era chico, de 500 habitantes. Con mucha anticipación, avisé que me iba. Y fue gracioso porque la Comisión de Fomento de Arroyo Corto me dijo: “No te vamos a hacer fiesta de despedida… porque no queremos que te vayas”. En Hale estuve 13 años. Al poco tiempo de llegar me llamaron de otro pueblo a 15 o 20 kilómetros que se llama Del Valle, de 1.500 habitantes. Así que durante mi estadía trabajaba de mañana en Hale y de tarde en Del Valle, donde volví a hacer de todo. Instalamos también Cuidados Paliativos, porque había muchas personas con cáncer que no querían estar internadas en el hospital, así que ayudamos a nacer a mucha gente, pero también ayudamos al buen morir de otros.

En Hale nos tocaron épocas difíciles porque todas sus salidas son de tierra. Tenías que hacer sí o sí 17 kilómetros sin asfalto. Manejar era difícil sobre todo cuando había lluvia y en 2001 nos tocó una terrible inundación, que nos dejó aislados, con los caminos llenos de agua. La única forma de llegar desde Hale hasta Del Valle era en tractor. Yo ya en esa época ya había formado mi tercera pareja y él me llevaba y me venía a buscar en ese vehículo. Casi no podíamos trasladar pacientes porque subirlos a un tractor eran cosas que no podían hacerse. En síntesis, hacés de todo, pero las satisfacción de trabajar en un pueblo no son las mismas que las de trabajar en una ciudad, porque la gente realmente valora que uno esté ahí.

Rutina como médica y anécdotas. Estaba a disponibilidad las 24 horas los 7 días a la semana, porque podían pasar cosas en cualquier momento. Aparte siempre fui muy obsesiva con los pacientes. Como ejemplo, suelo contar esta anécdota: había visto a un paciente muy mayor a las 3 PM. Yo estaba con mi último marido en ese entonces y no podía dormir, daba vueltas en la cama. A eso de las 2 AM él me pregunta: “¿Qué te pasa?”. Le dije que estaba muy preocupada por este señor y mi marido dijo: “Bueno, vamos”. De madrugada, nos vestimos así nomás y fuimos a tocarle la puerta. El señor salió todo dormido y preguntó: “Doctora, ¿qué hace acá?”. Y yo contesté que tenía que saber si estaba bien.

Anécdotas hay miles. Están las felices, como una noche de invierno en que estaba complicado llegar al pueblo por los caminos, entonces un bebé terminó naciendo en la ambulancia. Lo abrigamos con todo lo que teníamos a mano, con nuestras camperas, nos quedamos en remera hasta que lo pudimos llevar a la sala y todo salió bien. Pero también están las tristes. Un día yo estaba en mi casa y empecé a escuchar el grito de una mujer desde lejos. Salí corriendo y me ella entregó a su hijo muerto. El bebé tenía un problema cardíaco congénito y había sido atendido en La Plata. Aguardaba una cirugía y desde esa ciudad habían decidido que podía esperar en el pueblo con un tubo de oxígeno. Evidentemente ese chiquito tenía que haberse quedado internado. El episodio generó toda una discusión con un hospital platense, porque a mí me tocó muy de cerca, me di cuenta que no todos nos tomamos la medicina de la misma forma.

Yo siempre he sido muy combativa por mis pacientes, los sentí como una responsabilidad. Les he pagado remedios, estudios… Yo no estudié medicina por la plata. Eso lo tenía bien en claro, lo mío era pura vocación. Es más, trabajé siempre por sueldos mínimos, porque lamentablemente en la Argentina los médicos que están en los pueblos ganan mucho menos que los médicos que están en las ciudades. No se valora lo que implica estar solo y hacerte cargo de la salud de toda la población, aunque sean 500 personas. Ni el hecho de que se tenga que hacer de todo.

Principales problemas de salud en pueblos. Malnutrición (chicos que no se alimentaban bien y que acarreaba un montón de problemas); embarazos adolescentes; cuadros respiratorios (faringitis, resfríos, gripes) o cuadros muchos más graves como cáncer, litiasis biliar, fracturas, heridas graves. Por un paciente que se cortó el muslo con una motosierra con profundidad, justo antes del hueso, aprendí a hacer una sutura en capas. Después, cuando fui directora de hospital durante muchos años, yo les enseñaba cosas a las enfermeras que me decían: “¿dónde aprendió esto?”. Y yo contestaba: “Lo aprendí en el campo”. He llegado a vacunar hasta en un camino, porque esos niños no tenían forma de llegar al pueblo, entonces yo iba con la ambulancia, paraba y los inmunizaba ahí.

Pasado, presente y futuro con nuevos rumbos. Tras salir de Hale, fui directora de hospital durante 10 años, primero en un pueblo llamado Urdampilleta. Me lo pidió el intendente de Bolívar (por jurisdicción le correspondía tanto Hale como Urdampilleta), me dijo que le encantaba el trabajo que hacía en Hale pero me necesitaba en ese hospital que tenía serios problemas. Allí estuve 5 años. Después me llamaron de un hospital más grande en Henderson y estuve 5 años más. Estuve hasta que cambió el gobierno porque el cargo de director es un puesto muy político y si bien yo no soy política, depende mucho de quien es el intendente. Y decidí renunciar porque no podía confiar en el intendente que ganó. Me quedé sin trabajo, mandé muchísimos CVs, empecé a hacer distintas guardias, pero seguía buscando. Hasta que vi un anuncio que pedían médicos para Bariloche para una empresa de seguros de viaje. Me llamaron y me dijeron que no me querían de médica pero sí de coordinadora médica por mi experiencia en mi parte de Dirección de Salud. Estuve 6 años organizando un equipo de 100 personas, fue espectacular trabajar con otra gente y enseñar un poco de lo que sabía. Ya en pandemia reflexioné que desde hacía años venía pensando en jubilarme e instalarme en México, porque allá vive la mayoría de mi familia, incluso mi hija.  Aparte estamos en Playa del Carmen, que es un lugar paradisíaco. Con la pandemia tuve una epifanía y me dije: “¿Por qué esperar hasta los 65 si eso es lo que yo quiero?” Así que ya hace un año me vine a vivir a acá. Hoy no estoy haciendo algo relacionado a la medicina, pero sí hice una diplomatura en sexología y me estoy dedicando más a dar talleres de sexualidad para mujeres, algo distinto. Creo que mi parte de medicina asistencial ya está cubierta.

Relación médico-paciente en poblados pequeños. Siempre en los pueblos estás en contacto. Por ejemplo, yo solía ir al almacén y una vez me encontré con un paciente diabético que estaba comprando dulce de leche. Le dije “Don Juan, ¿de qué estuvimos hablando?” Y él contestó: “Doctora, no nos podemos escapar de usted”. Eso es medicina familiar: siempre estás cerca, aparte sabés todo, porque te usan de psicólogo y de confesor. Eso quedó demostrado en una experiencia tragicómica en la que fui a ver una paciente muy mayor por primera vez. Sus hijos me dijeron: “Entre sola, doctora, que quiere hablar con usted”. Ella me dijo: “Tengo cáncer de mama y metástasis hepática, pero por favor no se lo cuente a mis hijos”. Yo salí y los hijos me preguntaron: “¿Cómo la encontró a mamá?”. “Estable, pero bueno”, contesté. Y ellos me pidieron: “Por favor, nunca le vaya a decir a mi mamá que tiene cáncer”. La madre sabía y los hijos también sabían, pero les faltaba esa conexión. Fue un trabajo, pero terminaron hablando. Ella murió en su casa y rodeada de sus hijos, que es la mejor forma de morir. Mi papá de hecho falleció hace pocas semanas y murió acá en mi casa, como debe ser. Algunos médicos se encarnizan con los tratamientos. Yo soy de otra escuela, creo que cuando ya no hay nada más que hacer, hay que dejar que el paciente muera con dignidad.

¿Cuáles son las recompensas de haber atendido en estos lugares? Es una gran satisfacción haber ayudado a tantas personas que me siguen llamando hasta hoy, me mandan mensajes para el día del médico, mi cumpleaños, me dicen cuánto me extrañan… A veces en Facebook me aparecen mensajes como “la mejor doctora que conocí”. Por otro lado hubo cuestiones que no fueron tan buenas: el haberme dedicado tanto al trabajo y a mis pacientes hizo que abandonara un poco mi vida familiar. Yo tuve cáncer hace 7 años, un linfoma con metástasis, estuve en un tratamiento muy largo y en ese momento yo me senté con mis tres hijos y les pedí, no sé si perdón, pero me sinceré con ellos y les dije que quizás no había estado todo lo necesario porque mi vocación era demasiado grande. Hoy tenemos una buena relación gracias a que pudimos hablar.

Reflexión sobre la práctica médica actual. He estado mucho en contacto con médicos muy jóvenes, de entre 28 y 35 años. No voy a decir todos, pero siento que muchos no estudian medicina porque tienen una vocación de servicio. Creo que nosotros entregábamos demasiado a la profesión, de hecho nos pasábamos al otro extremo, pero siento que esa vocación de servicio que teníamos no existe tanto. Muchos piensan “a ver qué especialidad hago que me dé mucha plata y que no me represente tantas horas de trabajo”. A mí me parece que la medicina no es eso. O ninguna carrera: si no la hacés con vocación, si no te da placer, no se justifica invertir la vida.  

Asignaturas pendientes en la medicina hoy. Creo que la política sobre los médicos de los pueblos debería revertirse. Si hay alguien que tendría que cobrar bien su trabajo, son los médicos que están a cargo de toda una población. Es una responsabilidad enorme tener que hacerte cargo de todo. Uno lucha con los recursos que tiene y con las posibilidades. Si yo tengo que sacar un paciente en tractor, yo tengo que pensar muy bien si lo voy a trasladar o no. Esos profesionales deberían estar súper bien pagos, cobrar el doble de lo que cobra un médico por hacer el mismo trabajo. Y también porque el médico de un pueblo no tiene horario, trabajás durante las 24 horas del día.


*Dra. Médica Volante – Ejerció como médica familiar y rural en los pueblos de Arroyo Corto, Hale y Del Valle, Provincia de Buenos Aires. Exdirectora de los hospitales municipales "Juana G. de Miguens" en Urdampilleta y "Saverio Galvagni" en Henderson, provincia de Buenos Aires.

 

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