Ciclo de entrevistas “Invisibles”

Dra. Ángela Martínez: “Supe que la medicina era lo mío al ver a mi madre trabajar como enfermera”

La pediatra, que fue nominada como “Misionero del Año” en 2019 lleva la atención a las aldeas de la comunidad mbya. Aquí su historia sobre cómo congenia su vida profesional con la familiar.

Autor/a: Celina Abud

Invisibles: No siempre el valor y la fama coinciden; ni los médicos más dedicados son los más visibles. Valoran el agradecimiento de quienes los necesitan más que algunos minutos en televisión. Forman parte de sus comunidades y están comprometidos con ellas. No tienen nada para vender; más bien comparten lo que tienen, lo que saben. Atienden en localidades remotas a familias humildes, no quieren dejar huérfana a ninguna enfermedad. Curan cuando se puede y cuidan siempre. Son aquellos que con los pies en el barro le dan sentido a una profesión milenaria. IntraMed quiere homenajearlos con este ciclo de entrevistas que se propone darles visibilidad a los “Invisibles”.


La doctora Ángela Martínez, quien se desempeña en la aldea Perutí (Misiones), donde atiende a pacientes de la comunidad mbya, supo desde muy pequeña que quería ser médica, ya que su madre se desempeñaba como auxiliar de enfermería y, cuando la niñera no podía cuidarla, la acompañaba a la salita. “Al verla trabajar, supe que era lo mío. Y me decidí por pediatría en la adolescencia, cuando entendí que me gustaban más los niños que los adultos”, relató.

Nominada como “Misionero del Año” en 2019, Martínez no duda en ayudar a los demás sin importar la hora. Reparte sus tareas en el Hospital de Área de Montecarlo y Perutí, donde llega en una camioneta del Ministerio de Salud o en vehículo particular hasta donde el auto pueda avanzar y después continúa a pie.

Antes supo asistir a siete comunidades originarias en Yacaporá, Doradito, Pasarela, Guabiramí y Kokue Poty. En entrevista con IntraMed, habló del camino que tomó, de cómo congenia su profesión con la vida familiar y de su vocación de servicio.

¿Cómo fue su trayectoria, desde  sus estudios a llevar la pediatría a las colonias y a las aldeas?

Me fui a estudiar a Corrientes justo en el año en el que tuvimos cinco presidentes distintos en una semana. El país estaba en una situación crítica y costaba bastante irse para seguir una carrera, pero tuve la fortuna de hacerlo. Me costó un poquito ingresar a la universidad, porque las bases de mi colegio eran más orientadas a lo contable y no a medicina. Una vez que entré, cursé los cinco años de la carrera, luego hice las prácticas y la especialización. Como mi pareja es de Montecarlo, vine a hacer la especialidad en El Dorado, y durante las prácticas, una médica me llevó a conocer las aldeas. Cuando se internaban personas de cultura distinta, me encantaba acercarme a ellos, así que desde entonces supe que ese era mi lugar de trabajo.

¿Cómo fue su tarea con comunidades originarias hasta llegar a la aldea mbya Perutí?

Atiendo a la comunidad mbya de Perutí, que es una de las más grandes de la provincia y está fraccionada en dos partes. Una, más alejada de la ruta pero próxima a la salita y la escuela. Y otra, más lejos del casco urbano pero cerca de un puente y un arroyo. Estos últimos mantienen aún más la cultura primitiva. Las otras comunidades a las que iba y que ahora ya no voy, son comunidades muy alejadas, a 60 o 70 kilómetros del casco urbano. Ellos viven de una forma completamente distinta a la nuestra. Algunos tenían sus casitas muy humildes y se juntaban alrededor de un fogón.

¿Cuáles son los principales problemas de salud que presentan los niños de la zona?

Se trabaja mucho en los cuidados porque ellos viven en contacto con la tierra, la vegetación. También se hace mucho hincapié en la alimentación saludable, en que hagan las comidas a horario, en que sepan elegir lo más sano dentro de lo que tienen para comer. Por otra parte, se educa en el cuidado del medio ambiente porque en tiempos de sequía, en Perutí costaba mucho la llegada del agua. Entonces se insistió en qué tipo de agua emplear para cada cosa, porque era prioritario que para el consumo se utilizara agua segura.

¿Cómo conviven su rutina de médica y su vida familiar?

La verdad, todos los días son un desafío. El amor a ser madre y ser profesional siempre está. Lo que por ahí se dificulta un poquito son los tiempos. Cuesta mucho cortar con el trabajo, decir “bueno, estoy en mi casa, acá soy madre y esposa”, tareas en las que igual sigo trabajando. Y cuando estoy en mi trabajo cuesta un poquito también decir “ya estoy atendiendo”. Porque mi niña está en la escuela, es pequeña todavía, pero hace danzas, va a la iglesia y también una tiene que ser madre presente. El día solo tiene 24 horas, pero tratamos de que esas 24 horas rindan.

¿Cómo se transitó la emergencia por Covid-19 en la aldea mbya Perutí?

En principio, controlaban la entrada y la salida dentro de su estructura comunitaria. Ellos tienen caciques, sargentos, sargento primero, sargento segundo. Y el sargento era el que se encargaba de cuidar el portón, que se mantenía cerrado. No entraba nadie de “los blancos”, como nos dicen. La única era yo, que iba a hacer las atenciones. Después se fue abriendo de a poco, porque ellos tenían sus necesidades de hacer las compras, de cobrar su salario. Pero se trabajó mucho en el uso del barbijo y del alcohol en gel. Recuerdo cuando llegó el primer positivo, porque yo también realizaba los hisopados. Entonces distribuía mis tiempos entre las consultas, ir a los domicilios, testear... Se trabajó mucho, de otra manera, pero mucho. Y por supuesto, que se adquirió mucha experiencia.

Imagino que por atender a pocas familias, las conoce. ¿Qué anécdota tiene con sus pacientes?

Perutí tiene 800 habitantes. Y las anécdotas más frecuentes son con las mujeres en trabajo de parto, porque cuando te llaman dicen que ya está por nacer el bebé, vos vas con el corazón en la boca y resulta que todavía quedaba tiempo, entonces te organizás. En otra oportunidad nos tocó ir a buscar una mamá. Llegamos con la promotora en la ambulancia hasta cierto punto, pero después tuvimos que caminar hasta la casa para buscarla. Casi la sacamos a upa porque ya estaba en trabajo de parto, pero lo hicimos y la trasladamos al hospital más cercano para que pudiera tener su bebé.  Otra anécdota fue cuando tuve que realizar el seguimiento de trillizos de las comunidades aborígenes, durante el embarazo y después de que nacieran. Ellos fueron todo un desafío para mí, porque nacieron prematuros. Y tuve que controlar que se sostuvieran en peso, que fueran a los controles, que se aplicaran las vacunas, que tomaran las leches a dosis adecuadas. Hoy ya tienen dos años y ya corren y juegan por todas partes.

¿Qué recompensas o satisfacciones personales y profesionales encontró usted en ejercer la medicina en lugares como las colonias y aldeas?

La verdad que es mucha, ellos manifiestan su conformidad conmigo. La comunidad te tiene que aceptar. A veces hay colegas que me cuentan que por ahí les resulta un poco difícil, pero para mí no lo fue porque me gusta trabajar con ellos y ya se estableció una relación de amistad. Me cuentan sus cosas. De hecho muchas veces me ha tocado hacer denuncias por violencia sexual, entrar a las casas a cortar conflictos. O por ahí cuando me llaman si hay algún antecedente de golpes, siempre piden mi opinión, me preguntan cómo accionar, dónde llamar. Entonces, el hecho de que tengan esa confianza para contarme cosas que capaz no les contarían ni a su sombra, me da mucha satisfacción.

¿Qué mensaje le gustaría dejar a nuestros lectores?

Que lo que más me gusta de las entrevistas es visibilizar nuestra propia humanidad y fuerza. Y que siempre se puede, como mujer y profesional, desempeñarse, dar amor en todos los campos y en la misma familia. No es fácil, pero es posible y muy gratificante.


*Dra Ángela Martínez – Médica Pediatra de atención en zonas rurales en las colonias y tención Urbana en el Hospital de Área de Montecarlo, Provincia de Misiones, Argentina.

 

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