Tribuna

El maltrato cotidiano enferma

Determinates de salud y enfermedad.

La Organización Mundial de la Salud extendió el concepto de salud a la suma del bienestar físico con el psíquico y social. Esa idea integral tambalea ante nuestra realidad, en la que sortear el tránsito o lograr viajar en avión o en tren generan malestares de todo tipo.

Carlos Gherardi

La vida cotidiana de los niños, mujeres y hombres de esta sociedad que transitan sus horas entre la escuela, el hogar, el trabajo o la distracción transcurre en medio de un entretejido sociocultural que los penetra e influye con sus condiciones positivas y negativas. Y así influye sobre nuestro humor y determina nuestro bienestar o malestar.

Todavía se recuerda hoy, casi sesenta años después, la definición que dio la Organización Mundial de la Salud: la salud es extensión del bienestar físico hacia el psíquico y el social, afirmando un concepto de salud integral que comprende todos los aspectos de la vida.

Sin embargo en los hechos, la salud sigue vinculada formalmente a la medicina, cuya meta de prevenir, curar y aliviar —según se pueda— resulta su principal mandato.

Por ello, el binomio salud/enfermedad depende para su cuidado del Ministerio de Salud que en nuestro país, como en la mayoría de los países, resulta el vértice de una pirámide decisional construida desde la medicina.

Pero, más allá de los consejos adecuados sobre perniciosos hábitos que deben abandonarse, de velar por el cumplimiento de las normas de medicina preventiva, de la mejoría en los sistemas de salud para la atención de la enfermedad, del cumplimiento del calendario de vacunaciones, del perfeccionamiento de la legislación para facilitar la curación y el cuidado del paciente, entre otros objetivos, el examen desapasionado de las condiciones de la vida cotidiana nos lleva a una reflexión más amplia.

La pregunta central que debe responderse es cuál es el nexo entre la salud declamada y requerida y nuestra vida cotidiana. De qué vida y de qué salud estamos hablando.

Porque, así las cosas, hoy no hay argumentos ciertos para confiar en cambios inmediatos si todos los actores sociales no reconocen autocríticamente su responsabilidad. No estamos, desde hace bastante tiempo, bajo el efecto directo de hechos que conmocionaron nuestro país hasta extremos que comprometieron nuestra viabilidad como nación; sin embargo, el maltrato diario que se ejerce y se padece en el ajetreo del tránsito, del trámite o del transporte es siempre insoportable. Cómo será posible disfrutar de una salud integral si diariamente —caminando o en un vehículo terrestre, o en un viaje aéreo— toda la sociedad está sometida a graves imprevistos y a imposiciones de terceros, de las que frecuentemente nacen la inseguridad, el accidente o incluso la muerte.

Lo excepcional se ha vuelto frecuente y el desatino forma parte de la normalidad de todos los días. Cómo creer que se comprende el concepto de salud si, hasta dentro de los propios hospitales, se toleran manifestaciones tumultuosas y corporativas en un recinto destinado al cuidado de quienes requieren protección y respeto. Cómo creer en una mejor educación de nuestros niños, agentes de cambio a los que siempre se alude, si nunca se puede cumplir el total de días de clases que se propone al comienzo de cada año. Cómo confiar en el porvenir de la ilustración universitaria si en su ámbito, en lugar de discutir ideas y construir conocimiento, se confronta el poder de la fuerza en todos los niveles con la bochornosa evidencia de un mal ejemplo institucional generalizado.

Estas situaciones, que forman parte de nuestra vida cotidiana, perturban la salud de nuestra sociedad porque alimentan la imprevisibilidad, la angustia, el descuido y la irreflexión, y terminan constituyéndose en agentes de enfermedad.

No basta con no olvidarse de aplicarse una vacuna si al mismo tiempo no nos vacunamos contra la peligrosa incertidumbre que acecha la vida cotidiana. Así como la salud corporal no se previene con el deporte imperativo ni con maratones, la salud psíquica tampoco se resuelve con mejores sedantes. Tampoco es bueno el refugio de nuestros jóvenes en la noche, el ruido, el vértigo y el vagabundeo callejero sin sentido. Pero la salud social, en grave déficit en nuestro país, puede derivar en comportamientos aún más perjudiciales.

La vida será saludable sólo si logra incluir la prudencia, la moderación, el respeto y la inteligencia. No hay ninguna explicación que justifique la constante agresión que sufrimos como comunidad.